«Nos alzamos unidas y pedimos a los gobiernos protección para seguir ejerciendo nuestra labor como defensoras de derechos. Esto nos permitirá seguir ejerciendo nuestra tarea y misión»
El espacio de la sociedad civil —abierto y participativo— es la base de una sociedad que funciona, en la que nuestra capacidad para organizarnos, juntarnos, expresarnos y protestar es el fundamento que vertebra nuestros derechos y libertades. En una sociedad que marcha, estos derechos y libertades no solo están protegidos, sino que se anima a hacer ejercicio de ellos, sin ponerles trabas ni obstáculos.
Desgraciadamente, la persecución y criminalización de nuestra labor es visible y no es nada nuevo, sino que forma parte de un goteo histórico y constante que se hace más evidente cuando nuestra voz resuena con más fuerza, por la necesidad de documentar y denunciar las graves vulneraciones de derechos del entorno que nos rodea y estamos y seguimos comprometidas a defender.
Hoy alzamos la voz por las más de XX defensoras de derechos humanos de la EuroMediterránea que desde nuestros espacios defendemos la lucha contra el racismo y el fascismo, contra la ocupación y el genocidio, la lucha por la tierra, el ecologismo y por la vivienda, la lucha por la soberanía y la autodeterminación, la lucha por los derechos de las mujeres, la salud y los derechos sexuales y reproductivos, la lucha por los derechos de las personas LGBTIQ+, la lucha por los derechos laborales, entre muchos otros. A pesar de las diferencias de nuestras luchas, nos junta una causa común: el derecho a defender la vida. Nuestra labor se rige por el compromiso de hacer visible todo lo que el poder quiere invisibilizar. Somos una figura perseverante y reconocida en el ámbito internacional, una generación que precede a una infinidad de defensoras de derechos que, desde hace décadas, nos han enseñado que el cambio es tan posible como inevitable.
No obstante, denunciamos que si bien nuestra labor es fundamental y debería estar protegida, se ataca y se limita deliberada y sistemáticamente. Hace años que nuestro trabajo se ve sometido a la criminalización y persecución que cada vez se perfeccionan más. Estas se van adaptando a las posibilidades disponibles, aprovechándose inevitablemente de la tecnología para silenciar y paralizarnos. Esta represión, estos ataques, se llevan a cabo de múltiples formas: a través de agresiones y amenazas verbales, vigilancia y espionaje de estado, campañas de difamación, amenazas y acoso digital, SLAPPS, incursiones y ataques a nuestra oficinas, censura, controles administrativos excesivos, limitación y recortes de financiación… en algunos casos, ataques que acaban en el exilio, en la decisión de dejar nuestro trabajo o, incluso, en asesinato.
En los últimos 7 meses, decenas de defensoras de derechos humanos han perdido la vida en la Franja de Gaza. Es importante reconocer que el desarrollo de la represión nos conecta: Israel usa Palestina como laboratorio de pruebas de opresión y vigilancia de métodos de control y separación de la población, tecnología que Israel exporta en materia de ocupación alrededor de la región. Los equipos de vigilancia masiva, drones y tecnología de reconocimiento facial, cada vez más presentes en nuestra cotidianeidad, reducen las posibilidades democráticas y aumentan las actitudes autoritarias. Pero vivimos en una rueda constante, en la que ante los ataques sistemáticos, seguimos trabajando para documentar las vulneraciones de derechos humanos, demasiado numerosas para alcanzarlas en su totalidad. Siempre conscientes del coste físico y psicológico que conlleva nuestro trabajo.
Vivimos un tiempo realmente aterrador: delante de uno de los episodios más negros de la historia más reciente, la credibilidad de los organismos internacionales está en juego. Lo que pasa en la otra orilla del Mediterráneo implica un nuevo precedente que nos enseña que ningún lugar del mundo es inmune ni está a salvo. Estamos siendo testigos del deterioro del espacio para defender nuestros derechos, convirtiéndolo en un espacio cada vez más cerrado y limitado.
Desde el Sáhara Occidental hasta Egipto, del Líbano a Túnez, del Marruecos a Siria hasta Italia, de Francia a Kurdistan, de Palestina al Estado español, tomamos la voz y el compromiso colectivo de seguir luchando porque sabemos que nuestra acción sacude al mundo entero, cuestiona el poder y hace de altavoz, empoderando a las nuevas generaciones a sumarse a otra historia, que hace años que se escribe, por la defensa de nuestros derechos. Si la represión en el mundo se estructura, relaciona y utiliza las mismas herramientas y estrategias para reprimir y silenciarnos, nosotras nos alzamos en un frente, también colectivo, contra el autoritarismo y el derecho a defender la vida en la Euromediterránea.
La escalada del autoritarismo en la región y la persecución que vivimos es inaceptable y dibuja una crisis global que requiere de una respuesta colectiva e inmediata. Estamos aquí y, delante de la represión a la que nos enfrentamos, renunciamos a convertirnos en actores pasivos. Frente a la voluntad de rompernos, separarnos y desmovilizarnos, nos alzamos unidas y pedimos a los gobiernos protección para seguir ejerciendo nuestra labor como defensoras de derechos. Esto nos permitirá seguir ejerciendo nuestra tarea y misión.
Sin nuestra labor, voz y dedicación, no solo nosotras estamos en peligro, sino las miles de personas a las que defendemos